7 de abril de 2013

MONTAÑISTAS Y CLETEROS DE HUARAZ A HUARMEY

My personal Jesus behind the wheel*

Jerry CCanto



Un peregrinaje en bicicleta de las montañas al mar con mucha FE (Frío y Entusiasmo).
Miércoles de ceniza (y eso que no fumo). Tío, ¿Cuarenta lucas de aquí a Acho? ¡Vamos pues! Pensé que mis pecados los empezaría a pagar montado en la bici con el frío de las alturas, el sol inclemente y la sed y el hambre en el camino. No fue así. El viaje en taxi fue el inicio del pago de mis deudas con la humanidad. Lourdes (alías Lulú), Chanita (diminutivo de Roxana), Margarita (montañista sobre ruedas), Renzo (el ocasional Tom) y Alan (el gringasho) y fueron mis compañeros en este camino de padre y señor mío. Los cinco menos yo, pertenecen al club de ciclismo Keniro, mientras Margarita (también) y yo pertenecemos al club Montañistas 4.0. El ciclismo y el montañismo se unían por una misma causa: viajar el Perú profundo. Empezamos la travesía expulsando las mañas de los fariseos del viaje en ruta, los cutreadores interprovinciales, los que gustan de cobrar cupos cuando ven bultos inusuales. No contaron con nuestro bulling en mancha a la vendedora, con la cámara registrando nuestro reclamo y la denuncia prometida a estos recaudadores de impuestos. La bicicleta se respeta y duermió en la bodega rumbo a Huaraz. Padre perdónalos porque no saben lo que hacen, nosotros si.

Jueves santo. Ya en Huaraz fuimos directo al hospital Víctor Ramos, frente a las funerarias y sus ataúdes. No pasó nada en el viaje, simplemente que ahí hay un restaurante muy bueno para tomar desayuno de quinua, maca, pan serrano con lomo, queso, camote y el glorioso caldo de cabeza, ojo y diente, mientras esperábamos a Francisco, no el Papa, sino a Palomino, también montañista, que estaba llegando también de Lima. Su llegada trajo un anuncio, cambiaríamos de ruta. El taxista nos dio las novedades frescas del tiempo, del clima y del camino que habíamos planeado. Un tramo del camino estaba en mal estado y nos recomendó hacer una ruta alterna, un poco más larga pero segura. Palabra del señor (taxista).
Subimos hasta más allá del abra Punta Callán, al sur de Huaraz a más de 4,200 m.s.n.m. para empezar el trayecto por las estaciones de nuestro calvario. Arriba preparamos nuestras acémilas de aluminio, ruedas y pedal, vestimos el peregrino ropaje térmico y empaquetamos el pan con levadura y el queso fresco para el camino de trocha. Siendo las 11 a.m. dimos inicio a la marcha. No veíamos nada alrededor, la neblina y el frío nos tentaron a renunciar. El cansancio fue inmediato pero nuestra determinación nos levantó el ánimo, sería pura bajada. Tuvimos la primera y única baja, Francisco primero. Problemas técnicos con los cambios de su bicicleta y nos tuvo que abandonar y volver a Huaraz. El pesar nos inundó, pero seguimos nuestro trayecto. Por momentos la neblina se iba y los dedos descubiertos volvían a su color. Seguimos el camino de las lagunas subiendo más y lentamente. Manejar subiendo es otra cosa. El aire era escaso y el esfuerzo demandaba más oxígeno. Parábamos cada cierto tramo esperando a los que nos retrasábamos. En la primera bajada corrimos como locos. La bajada sobre ruedas es tentadora, vertiginosa y me llevó a cometer mi primer pecado, la imprudencia. A más de 30 km/h el viento se siente recorrer los cabellos, aunque se tenga el casco puesto, la velocidad se convierte en estupefaciente y su deliciosa sensación es sumamente placentera. ¡Crash! ¡bum! ¡zap! ¡Al suelo! La bicicleta se hundió en el barro que había en el camino y salí disparado golpeándome pierna izquierda. ¡Arriba pecador! -me dije. Todos me pasaron mientras alineaba la rueda delantera con el timón. Como a las 2 p.m. paramos para reponer energía. Nunca un pan con queso fueron los alimentos más ricos sobre la tierra. El sobrepeso de la mochila de Lulú tenía una suculenta razón, una bolsa con buenos manjares, la que ayudamos a cargar en nuestros estómagos. Pan con queso a nuestros buches ¡que rico! Volvimos a la marcha no sin antes ponernos los polares, casacas, ropa de baño, buzos, chullos y hasta doble media porque hacía demasiado frío a excepción de Alan que vestía, prácticamente, su caso y un taparrabos, todo un gringo canadiense.



Bajando éramos más felices hasta que nos encontrábamos con unas subiditas que nos ponían el corazón en la boca y los pulmones como globos. Bajando, bajando y el mundo fue nuestro. Pasamos por el distrito de La Merced, nos tomamos varias fotos y ya no había frío. Seguimos bajando hacia Aija. Como no hay primera sin segunda, la velocidad en las bajadas volvió a acariciarme y caí en sus tentáculos. 32, 33, 37, 39, 40 km/h ¡Esto es magnífico! ¿A quién se le ocurrió inventar los frenos con lo deliciosa que es la velocidad? ¡Ah, esto es libertad! ¡Ah! Y de tanto ′Ah′, al suelo nuevamente. No se me ocurrió bajar la velocidad en la curva del puente de concreto que tenía un curso de agua cayendo encima. Me resbalé y salí disparado mientras la bicicleta me caía de nuevo sobre la misma pierna. Sucio, con barro, mojado y asustado, me paré y me revisé si algo me había roto. Felizmente estaba completo pero con un ligero dolor en la pierna. Margarita, después de haberse reído me preguntó si estaba bien. Caerse es parte de estos menesteres. Es inevitable. Levanté la bicicleta, la llevé hasta un lugar seco y empecé a acomodar mi mochila en la parrilla. Desde ese puente hasta Aija es pura subida, caballero no más, velocidad lenta y suave. Como a las 5 p.m. llegamos con un hambre voraz y muy cansados. A lo lejos veíamos un hombre de rojo y en mallas, que no era un bombero ni superman, era Renzo que ayudaba a Lourdes llevando su bicicleta mientras ella caminaba pálida, con su nariz morada y su mochila sobre su espalda. Una vez todos reunidos, entramos en un cónclave debatiendo sobre la forma en que pasaríamos la noche, teníamos carpas y bolsas de dormir, cocinas y comida de campamento. Estábamos preparados para todo. En Semana Santa no debemos darnos muchos lujos, reflexionar es nuestra consigna y entrar en penitencia como los antiguos peregrinos es nuestra convicción. El hospedaje cuesta 10 soles y hay pescadito frito –dijo Renzo. Listo. Decisión tomada. Merecemos descansar y alimentarnos bien para mañana continuar el trayecto en buena forma y aparte que me duele la pierna -dije. Tomamos dos habitaciones dobles y dos simples. El concilio de Aija tuvo humo blanco. Cocinamos en uno de los cuartos grandes y recibí los primeros auxilios de Margarita nurse. Literalmente me parchó las heridas. Cenamos el rico pescado en el restaurante del hospedaje y sin avisar tomamos un poco de azúcar extra para el café de la cena. Compramos los insumos para el desayuno del día siguiente y las provisiones para nuestro viaje y siendo las 8 p.m. nos fuimos a dormir el sueño de los justos. La paz sea con todos ustedes.
Viernes santo. El cielo todavía estaba oscuro mientras desayunábamos de una manera muy escueta y franciscana: pan de molde, pan árabe, paté de hígado de pato, huevos cocidos, café colombiano y plátanos orgánicos en la ermita de Beata Margarita y el Apóstol Alan. Nosotros si somos unos peregrinos de pura cepa. Como a las 6:00 a.m., ya en las bicicletas, nos encomendarnos a Santiago de Compostela y subimos unos metros a manera de calentamiento mientras los eucaliptos aromatizaban el camino, el rocío estaba fresco, el cielo dejaba ver sus colores de fiesta y los verdes campos se extendían como tejidos diseñados por el que todo lo ve. La sierra en su máximo esplendor. Viendo tremendo paisaje sonaron los cantos de los ángeles. Realmente estaba en el paraíso. Sonaba el Playing the Angel de Depeche Mode en mis audífonos, Pink Floyd, Soda Stereo y Porcupine Tree, música propia de los cantos gregoriana, misas campesinas y salmos para que la bajada sea una experiencia litúrgica. El señor estaba en las alturas, literalmente, y nos dijo que el camino sería difícil más abajo. Fueron varios caseríos los que pasamos casi de largo y siempre saludando amablemente a las personas que estaban en el camino. ¿A dónde van? -nos decían. A la tierra prometida, a Huarmey –respondíamos. El calor se asomó para brillar en todo su esplendor, los verdes fueron más intensos, el cielo estaba más azul que nunca y la diversión venía en forma de chapuzones en los cruces de las quebradas donde caían los riachuelos y nos bañábamos de risa y alegría y en velocidad moderada. El camino empezó a seguir el curso del río Huarmey que por momentos los teníamos al mismo nivel y en otros estábamos muy por encima como abismos. Llegamos a una laguna esplendorosa y jugamos a ser modelos de catálogo deportivo. A las 11:00 a.m. paramos a merendar por última vez. Nos faltaban 24 km. más. A la media hora de seguir el trayecto nos encontramos con lo profetizado por el señor allá en las alturas. El camino había sido siniestrado por un desborde del río Huarmey. Levantamos las bicicletas, al hombro, o empujándolas como en mi caso, y estuvimos como media hora cruzando este camino zigzagueante destrozado. Una vez llegado al camino normal emprendimos raudamente el descenso. Seguimos corriendo hasta que Alan rompió la cadena de su pecado, la de su bicicleta. Felizmente Renzo tenía una de repuesto y la cambió inmediatamente. A la 1:00 p.m. llegamos a la carretera asfaltada. Bienaventurados los que bajando con su bicicleta llegamos con sed y nos recibió la sombra del toldo de una bodega. Después de beber y recuperarnos, reparamos en las llantas de mi bicicleta que eran delgadas lo cual no ayuda para el camino de trocha pero si para la de asfalto. Era el destino, a correr se ha dicho. 40 kilómetros de pura pista en buen estado y lo hicimos agradecidos. Corrí como alma que lleva el diablo o meón en busca un baño. Sobre la pista es otra cosa. Es mi habitual medio de manejo en bicicleta. Como a las 3:00 p.m. llegamos al kilómetro 0 de esta carretera. Huarmey. Primero Alan y luego yo. Nos tomamos unas cocacolas, que sabían a las últimas del desierto, mientras esperábamos a nuestros cuatro compañeros que aún estaban en camino. Una vez completos nos fuimos a la plaza que estaba repleta de gente, de los vecinos de Huarmey, que como en todo viernes santo, la plaza se convirtió en el escenario donde se recreaba la pasión de Cristo. Llegamos en pleno juicio cuando Pilatos presentaba a Barrabás, no uno sino 6 bien enmallados y cansados. El pueblo de Perusalem nos eligió, a la mitad de los apóstoles, y mandaron a un lampiño Jesús a la cruz. Una vez bajo la sombra de unos frondosos árboles, nos abrazamos y felicitamos de haber logrado tamaña empresa. Fueron más de 150 kilómetros de haber andado sobre ruedas desde las alturas de la cordillera negra hasta la desértica costa ancashina… Tengo sed –me dije una vez más.



Después de almorzar y casi no hablar, cogimos los colectivos que nos llevaron a playa Tuquillo para terminar nuestra travesía. Ya el tiempo estaba en nuestra contra si queríamos completar el trayecto a puro pedaleo. Llegamos alrededor de las 5:30 p.m. y encontramos centenares de peregrinos en sus sampamentos bebiendo las litúrgicas cebadas de misa. Nos fuimos a la playa del costado, con menos feligreses pero con los mismos pecados. Hacía frío y el atardecer estaba en pleno proceso. Zapatillas a fuera, la arena entre los dedos y las ganas de quedarnos nos hicieron sucumbir. Si Alan, haremos uso de nuestro equipo de campamento, carpa, bolsas de dormir, cocinetas y demás -sentenciamos. Nos instalamos como scouts emocionados y una vez listos nos fuimos a jugar con el sol mientras era devorado por el inmenso mar en el horizonte. Luego organizamos una comisión para traer algo de comer, beber y rezar. La cena siguió el mismo espíritu del desayuno: hubo la multiplicación de los panes, los peces se convirtieron en pollo a la brasa, embutidos en todas sus presentaciones, jugos, ensaladas y la sangre del señor en semi seco. Para arrepentirse de los pecados primero hay que cometerlo. ¡Qué buena gula! Renzo y Chanita se quedaron durmiendo fuera de las carpas a la luz de la luna con la brisa marina y el ritmo de moda discotequera: el punchis punchis. Ayer dormimos en el cielo, hoy lo hacemos en el mar.
Sábado de gloria. Era momento de volver a casa. Nuestros pecados han sido limpiados. Podemos ir en paz. Recogimos el campamento y nos enrumbamos por última vez sobre nuestras máquinas de acortar distancias. 15 kilómetros más fue nuestro último esfuerzo y llegamos al paradero. Aprendimos de Margarita las técnicas de embalaje de bicicletas. Las subimos en la bodega y viajamos para Lima, la ciudad del pecado. La película que nos pusieron nunca terminó, más lo que sí tuvo un fin fue uno de los cambios del bus que nos trajo y lo hizo lentamente. Llegamos casi a las 4:00 p.m. Y cada quien, muy agradecidos, nos despedimos y prometimos encontrarnos nuevamente para escribir una nueva historia en la ruta y sobre ruedas. Todo está consumado.
Domingo de resurrección. Y al tercer día resucité con los dolores multicolores en la pierna siniestra pero sumamente agradecido por tan buen viaje. Facebook, en tu portal encomiendo mis fotos. Amén.

* Canciones de Depeche Mode de los discos Violator (1990) y Music For The Masses (1987).