1 de diciembre de 2012

CRONICA DE MI PRIMERA CARRERA 10K

Corriendo a todo dar solo con la mitad. Crónica de mi primera carrera de 10k el domingo 25 de noviembre de 2012.

por Jerry Ccanto Quiñones ·

¿Otra vez la misma rodilla? Recién voy 3 kilómetros y me está empezando a doler la derecha. ¡Uy, no! Se suponía que ya la tenía lista para esta carrera cuando desperté. Pero el ligero dolor era en la otra, en la izquierda, por haber dormido doblado y lo solucioné poniéndome la rodillera en esa pierna. Voy a correr más lento. Tendré que bajar este ritmo de 5 minutos por kilómetro a uno más descansado, como de trote. Fácil por no haber calentado bien. Si seré, si nunca antes me preocupé por calentar bien. De repente serán las zapatillas. Ese Pablo me metió miedo ayer mientras comprábamos los pantalones de buzo. Sus rodillas se destrozaron en sus carreras por no tener las zapatillas adecuadas y que ahora ya las tiene corre como gacela. Bueno, ya no me duele tanto. Creo que no la haré en los 50 minutos que me propuse. Ya había adelantado a muchos modelos de catálogo deportivo.

Kilómetro cuatro. Ya me está doliendo mucho. ¡Au! Si yo nunca he parado en todas mis carreras de las mañanas, salvo para atarme los pasadores cuando los pies se me hinchan. Ni con los semáforos en rojo, ni con el tráfico que no respeta ni las líneas de cebra. ¡Rayos! Ni siquiera he llegado a la mitad del trayecto y… ¡Au!, ni hablar, tengo que parar Jerry, tienes que caminar comparito. ¡Rayos! Nunca he parado. Nunca. ¡Maldita seas derecha bruta y achorada! Pensé que ya la tenía recuperada después de una semana de absoluto descanso donde ni siquiera me atreví a calentar ni estirarme echado en la cama. Descanso absoluto, descanso absoluto, me repetía todos los días a las 5:45 a.m. cuando el despertador sonaba y me quedaba mirando el techo, poniéndose blanco con la luz de la ventana, imaginándome correr como semanas atrás. Yo sería como esa luz, de a pocos llegaría hasta los rincones lejanos. Ya descansé toda esta semana pasada. ¡Deberías estar bien mamita!. A caminar no más. ¡Carajo!
Caminando. Las carreras no son para caminar, siempre me dije, y yo estoy ¡caminando! Desde abril, después de seguir las indicaciones del traumatólogo y recuperarme de esa lesión a los tendones inflamados de la rodilla derecha por la salida a Rúpac caminando quince kilómetros subiendo y bajando a cuestas con quince kilos sobre la espalda, empecé a correr tres veces por semana dándole dos vueltas, y tres los sábados, a las últimas cuadras del Paseo de La República para estar en forma para las siguientes salida con los Montañistas. Esta bendición de pista de carreras está en el límite de las urbanizaciones Próceres y Precursores; es el tramo final del Paseo entre la avenida Próceres y la Panamericana Sur. El lugar es muy bonito, el ideal para cualquier persona que quiera correr y sentir que está haciendo deporte. Pareciera que la inconclusa obra de Bedoya hubiera sido apropósito para los corredores de las urbanizaciones aledañas. Tiene buenas vibras como diría el Chango. Es como un tremendo parque, un pequeño Central Park en Surco, a pesar de ser solo una gran berma verde donde hay mini gimnasios de concreto y acero, un canal de riego prehispánico que lo mantiene verde, una estación de serenazgo y grandes árboles que animan el paisaje. No hay carros corriendo como locos, más parece un gran estacionamiento. El mínimo ruido rompe el equilibrio consensuado entre los corredores matutinos, salvo por las combis de la ruta Chama que tocan sus bocinas llamando a la gente para que las aborden como mercancías y los cambios de guardia de los serenos a las 6:30 a.m. Aún así se disfruta del sonido de las avecillas, las rítmicas pisadas en el asfalto, el sireo del soplido de las respiraciones y los corazones percusionando alegría saludable. Con tanta gente en las mañana, dándole vueltas a esos kilometro y medio de perímetro, me siento como en una gran hermandad aunque ni nos saludemos. Siempre han sido unos 3 kilómetros mínimos diarios que corro sin parar. Lástima que en unos años ya no existirá esta avenida, exclusiva y festiva de la salud como la conozco y disfruto, cuando la Villarán concluya esta postergada obra. Ya avancé dos cuadras caminando y estoy en la avenida San Borja Sur. Ahí hay un punto de hidratación. Cogeré una bolsita.

Le voy a hacer un huequito a la bolsita. No voy a tomar agua, me mojaré la cabeza. ¡Rayos! Se me rompió. Ya me mojé las zapatillas. Ay rodillita. Descansa, descansa. No se me han desatado los pasadores. Qué bien. Por fin ya sé como atármelas. No muy apretadas porque los pies se hinchan al correr. Tienes razón youtube. Estas zapatillas me acompañan hace más de tres años. Son las más baratas que encontré en Saga, unas Fratta. Total, eran para empezar no más. Nunca pensé correr en una carrera. Como diría ayer, hoy nos graduamos de aficionados y empezaremos a correr en serio. Las usé por unos cinco meses después de comprarlas cuando vivía en Precursores. Con la flojera y la rutina laboral, fui dejándolas de lado. Dos veces a la semana, una vez a la semana, una vez al mes. Con la llegada del televisor, cambié las zapatillas por las noticias policiales de la mañana para estar al día. Ahora que vivo en Próceres, desde que empecé este año a hacer montañismo me vi en la necesidad de preparar físicamente mi cuerpo para las salidas y aguantar el trajín. Ver la belleza de la naturaleza, por lo menos una vez los fines de semana, vale siempre la pena. El correr se volvió un medio necesario para practicar el montañismo. Volví a la rutina de correr tres veces por semana. Los días de semana dos vueltas, tres kilómetros, en veinte minutos al inicio y los sábados tres vueltas y un poco más, cinco kilómetros, en treinta esforzados minutos. Lo máximo que he llegado a correr han sido tres kilómetros en dieciséis minutos después de dos meses habituándome a esta rutina. Para Julio ya me sentía un Ironman. Las salidas a la montaña las hacía con bastones siguiendo los consejos de Lucy e Ingrid. Mis rodillas están profundamente agradecidas. Con el trabajo estresante, la presión de ambiente laboral y las odiosas reuniones de coordinación que más parecían ajusticiamientos populares, el correr ha sido más que relajante, hasta casi como un laxante de mi cabeza llena pensamientos contaminados, malestares somatizados y preocupaciones traídas a casa. Retardaba el crecimiento abdominal de mis ocho horas frente al computador. El correr se volvió un bien necesario para liberarme de tanta toxina. Es genial reencontrarme con el cansancio y los dolores en mi anatomía decadente que había olvidado. Que digo, ¡es estupendo! Durante cinco meses he podido soportar el volumen de la chamba que se volvió copiosa. Mi cuerpo terminaba gratamente molido después de veinte minutos diarios, tres kilómetros, sudado hasta los gestos y con una sed de canino. Me convertí en un todo terreno. En Octubre, de puro gusto, participé en una carrera de montaña en la categoría Nóveles del X Apuraid organizado por la asociación Aire Puro con mi grupo Montañistas 4.0. Recorrí junto al sesquicentenario Jesús Reaño, alias Chosicano, los catorce kilómetros corriendo, trotando, caminando y arrastrándome en una cuesta camino a Callahuanca. La hicimos en dos horas con veinticinco minutos que, si no fuera por los últimos trescientos metros que el Chosicano me trajo jalándome de los tirantes de la mochila, hubieran sido más. ¡Carajo, vaya proeza! Si hubiera entrenado para esta carrera fácil llegábamos en primer lugar. El tercer puesto es un gran aliciente para volver a intentarlo y prepararme para disfrutar de estas carreras. Empezaré corriendo por las calles. Me inscribí en la carrera 10k de Nextel tres semanas antes. Diez kilómetros. ¿Cómo hago? Aumentaré simplemente y más plátano recontra maduro, me dije. De tres kilómetros diarios pasé a siete de un día para otro. Tracé una ruta en el google earth. Le di una vuelta al tramo de siempre, del Paseo de La República, seguí por La Cruceta, Viñedos, Los Incas hasta la Escuela de la Policía en Chorrillos, ida y vuelta. Si que podía siete. Luego, para completar los diez kilómetros, le sumé una vuelta a las calles principales de la mi barrio, Próceres, hasta llegar a mi casita. A una semana de la carrera, sentí un ligero dolor en la rodilla derecha. Hasta que el bendito sábado, cuando quería estrenar un tomatodo de 350 ml, no pude avanzar ni un kilómetro. De vuelta a casa para ponerme una rodillera. No me puede pasar esto a una semana de la carrera, me dije. Rodillera puesta y listo. Vamos nuevamente, dándome ánimos. Dos cuadras y no puedo avanzar más. Ni hablar. Si corro ahora, me lastimaré y no la haré el próximo domingo. Frustración, rabia y cojera. No puede ser. ¡Si la hago!, pero necesito descansar como dice la página web de Nextel 10k en cuanto sienta dolor. Es mejor descansar tres días que parar un mes. Ya van dos cuadras más caminando en San Borja Sur, ya no me duele tanto.
Kilómetro cuatro y medio. Mientras camino para recuperarme, noto que mis compañeros de ruta también han empezado a cansarse. Ya nos soy el único que camina. Sería bueno cambiarme la rodillera a la derecha. Pero no puedo detenerme. ¡Uy! Ese gordito me está pasando. Vamos de nuevo, si puedo, ya no me duele mucho.

¡Au! Otra vez, Andrés. Si solo he avanzado cien metros. He pisado mal. ¡Au, au! Ya no la hago. ¡Rayos! Ya no puedo avanzar, no he llegado ni a la mitad. Me está doliendo mucho. Voy tener que abandonar. Pero si ya descansé esta semana, toda la semana ya puedo correr un mes. Encima acabo de caminar, y bastante, y me había pasado el dolor. El dolor se ha intensificado. Son los tendones, en el mismo lugar de siempre. Nuevamente a caminar. ¡Oh, no! ¡Qué frustración! Ya no podré correr nunca más. Ya estoy viejo, tengo treinta y un años y pretendo correr como de veinte. No puede ser ¿Para lo único que sirvo será para caminar? Los meniscos, los tendones. Se me va romper la rodilla, tendré que andar con muletas, en silla de ruedas o arrastrándome. Soy un fracaso.

Pero mis cosas las dejé en los camiones guardarropa que ya deben estar en San Isidro. Ya son treinta minutos desde que partimos del Pentagonito, ya debe estar llegando a la meta uno de los keniatas que ganó la carrera de Nike de hace dos semanas. Si puedo. Nada que sea bueno será fácil. Si quiero seguir en esto, es normal que me duela, tengo que esforzarme más de lo pensado. Hace un año no podía hacer esto siquiera. He subido y bajado a Rapagna en un solo día, he corrido siete kilómetros en cuarenta minutos, no estoy cansado, no tengo sed y tengo solo una rodilla que está lastimada. Ya no la haré en cincuenta minutos. Por lo menos acabaré esta carrera así cojee y no lo haré caminando. Me he preparado y lastimado para esta carrera. La acabaré a como dé lugar. Kilómetro cinco, vamos Jerry. ¡Vamos!

En Guardia Civil. ¡Qué bonita ruta la que han trazado los organizadores! Harto árbol, avenidas anchas y todas para nosotros. Haré esta ruta nuevamente cuando me recupere la rodilla y caliente bien. A ver izquierda, tú misma eres. Vas a cargar casi todo el peso de mi cuerpo mientras tu hermana derecha solo utilizará el pie para aguantarte mientras te impulsas y avanzas. Así no me duele tanto. Un corredor empujando a su bebé en coche. Un flaco sudando como gordo, un policía tomándole una foto a un corredor. ¡Au! Un rompe muelles, más despacio. Ahí hay algunos que están abandonando la carrera. Pucha, si yo tuviera sus piernas así de buenas, no abandonaría. Terminaría la carrera. Kilómetro siete, Carriquirry, la muchedumbre está dándole la vuelta hacia Canaval y Moreyra. Este domingo gris se tiñe de tanta energía de toda esta gente que está feliz. Vamos Jerry. ¡Vamos! Kilómetro ocho.

Ya falta muy poco, menos de un kilómetro. Ahí está el puente sobre el Paseo de La República, esa que se prolonga hasta donde entreno. Por aquí está la oficina de mi trabajo y el ministerio de vivienda. Tantas veces he caminado estas calles, esperando el bus, tomando café y comiendo pan con pollo, viendo exposiciones, leyendo los periódicos del kiosco. Hay mucha gente dándonos ánimos. Unos a sus esposos, padres, hijos. ¿Por qué correrán? ¿Por qué corro? Para sentir la plenitud de mi ser. Porque estoy solamente yo con mi entera voluntad y nadie más. Corriendo siento, literalmente, todo mi cuerpo. Corriendo conecto mis sentimientos, mi corazón, todo con el silencio absoluto que disfruto. Aquí estoy conmigo mismo. Ya estoy doblando hacia las Begonias, ahí está la meta. Una hora, seis minutos, cuarenta y cinco segundos. Más fuerza, la gente aplaude a los suyos. Vamos piernas, ustedes son mi voluntad. Yo les aplaudo. Segundo cuarenta y ocho. La meta está a unos metros. Segundo cuarenta y nueve. Estiro los brazos. Segundo cincuenta. Sonrisa mía in crescendo. ¡Estoy cruzando!. Segundo cincuenta y uno. ¡Bien carajo, llegué! ¡Ja ja ja ja! ¡Así se hace! ¡Sabía que podía, lo sabía! ¡Con una pierna, con todo lo que tengo y lo que no tengo también! ¡Bien carajo! Diez kilómetros, una hora, seis minutos cincuenta y un segundos han sido míos.

¡No pare, siga corriendo suavemente! ¡Avance, no pare de golpe! decía un señor de la organización. ¡No pararé nunca! Sentencié. El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional, me acaba de decir Buda.